El viernes nos reunimos varios a recordar con amor a
Martha Angélica Vázquez Aguilera en un homenaje póstumo para ella. A celebrar
su vida. Sus hijos presentaron un elocuente video que abarcaba toda su historia
personal. Al terminar, uno de ellos exclamó: “Sí, la pasó bien”. Me sentí profundamente
de acuerdo. La pasó bien y pasar bien la vida no es algo insignificante.
En mi mente quedaron después muchos pensamientos. Pasarla
bien es equivalente a saber vivir. No significa ausencia de problemas y
dolores, sino la capacidad para mantener buen ánimo a pesar de ellos.
Es común creer que tener una buena vida consiste en
recibir sólo bienes; es decir, eventos y
circunstancias que evoquen sentimientos espontáneos de satisfacción, alegría, felicidad
y regocijo. Pero la vida no es así, trae de todo, incluidos momentos y hasta
épocas dolorosos, con sentimientos de tristeza, decepción, ira, desconcierto, frustración,
carencia, soledad, humillación, etc., etc.
Lo que distingue a una persona que sabe vivir bien de
otra que no lo sabe, son los sentimientos que alberga en su corazón. “De la
abundancia del corazón habla la boca”.
Damos lo que poseemos dentro. Todos hemos conocido a
personas que a donde van llevan sonrisas, diversión, paz y felicidad, y a otras
que provocan lo contrario: llegan a un lugar y no tardan en suscitar un
conflicto. Dan la apariencia de estar en guerra contra todo cuanto existe; ellas mismas, la gente, las instituciones, las
costumbres, las clases sociales, o lo que sea. Uno les dirige la palabra y
encuentran algo criticable en lo que dice. Leen un comentario con o sin
importancia en Internet y lo aprovechan para ofender y decir majaderías. Se topan
con cualquiera que se muestre feliz y no
le creen, lo desmienten o exclaman: ¡Mientras te dure! Ven a una pareja
besándose y parece que quisieran meterla a la cárcel. Podríamos dar más
ejemplos. Solemos llamarlos amargados o infelices.
El vivir feliz o infeliz, satisfecho o amargado, nunca es
gratis; algo tuvo que suceder para obtener dichos resultados, miles de
elecciones pequeñas y grandes que lo ubican a uno donde está y lo hacen
mostrarse como se muestra. Cada minuto, consciente o inconscientemente, uno
escoge el “género” para el guión de su vida: de amor, romántico, de acción, de
aventura, de guerra, de melodrama, de tragedia...
Son fugaces y trascendentales los momentos en que uno elige
que tipo de reacción tener y cuáles sentimientos quiere guardar en su corazón.
Llegar a poseer sentimientos hermosos y positivos
requiere una lucha mental disciplinada y constante que no es fácil, sino en
verdad muy difícil, sobre todo después de alguna pérdida significativa: de un
ser querido, de una fe, de una seguridad, de una ilusión, de un ideal... ¿Quién
de nosotros está con seguridad libre de sufrirlas? Ninguno. Así que nos toca
vigilar las 24 horas del día y elegir vez por vez. Por ejemplo, en una gran
tristeza, uno elige diluirse en ella o buscar muchas experiencias que den
alegrías aunque sea chiquitas: oler un perfume, dar un paseo, tomar un baño de
burbujas, nadar, correr, maquillarse, platicar, ver películas de risa... En una
decepción, uno elige perder de plano la fe en todo o investigar en qué cosas sí
puede creer aunque parezcan triviales, como: creo que estoy vivo y respirando,
creo que tengo comida para hoy, creo que mi casa es para mí, creo que le tengo
afecto a tal o cual persona, creo que todo pasa y esto también pasará, creo que
me agrada sentirme a gusto, creo que puedo hacer cosas a mi favor...
Vale mucho la pena cualquier esfuerzo que hagamos para
pasar bien la vida, porque es la nuestra y es breve. Así viviéramos cien años,
la vida no dura mucho. Y el tiempo que nos queda, que sea bueno. Si uno tiene
un dolor inevitable, puede darse sus mañas para soltarlo por períodos cada vez
más prolongados hasta que se convierta en recuerdo que ya no daña, a fin de
llegar a la vejez no cargados de amargura, sino de bellos sentimientos.
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