martes, 30 de abril de 2013

INOCENCIA O BUENA CONCIENCIA


“La conciencia es la voz de Dios”, nos han dicho desde pequeños. ¿Es cierto?

Bert Hellinger, el creador de Constelaciones Familiares,  descubrió que esa voz que nos guía interiormente sobre lo que es bueno o malo no proviene de Dios, sino de la familia y demás grupos a los que a la persona le interesa pertenecer, y en cada grupo cambia. Un hombre que en el bar y con amigos hombres habla de múltiples aventuras sexuales, en casa posiblemente asegura que es fiel a su mujer, porque en cada grupo paga el precio de pertenecer: ser similar, parecerse a los otros miembros, pensar igual que ellos.

Cada familia y grupo tienen su código de normas sobre lo que está prohibido y permitido para sus miembros. Generalmente, este código es tácito y se aprende por la convivencia. Transgredir dicho código da mala conciencia y nos pone en peligro de ser rechazados, señalados o expulsados. Ser “la oveja negra” de un grupo significa que la persona en cuestión de alguna manera  no se ha sometido al código grupal, lo ha transgredido y el grupo le aplica castigo, aun si la transgresión fue para defender su autonomía. En cambio, ser “el más popular” o “el más respetado” quiere decir que ese miembro tiene todo el derecho a pertenecer, porque se ha sometido a todas y cada una de las normas del código grupal.

Los seres humanos nacemos con un “sentido” similar al del equilibrio físico, que nos avisa si nuestros pensamientos y conductas favorecen, o ponen en peligro, la pertenencia a nuestros grupos importantes. Dicho sentido conforma la conciencia moral. ¿Cómo funciona? Cuando tenemos garantizado el seguir perteneciendo, nos da una grata sensación de inocencia o buena conciencia; pero si ponemos en riesgo el pertenecer, la sensación es muy molesta, de incomodidad o mala conciencia. Hay quienes afirman que uno es capaz de morir, o de matar, por conservar la buena conciencia. ¿Suena exagerado? Tal vez no lo sea.

Nuestra necesidad de sabernos pertenecientes y aceptados es tan apremiante, que tendemos a evitar aquellos pensamientos y acciones que pudieran atraernos el repudio del grupo, y si no los podemos evitar, los ocultamos. Hasta aquí no tiene cabida la autonomía, ni la individualidad ni el ser diferentes. Cada persona que quiera ser autónoma o diferente, debe cargar con mala conciencia aun por quererlo, ya no se diga por serlo.

La buena conciencia explica muchos conflictos sin solución que se dan dentro de las familias y otros grupos con poder. Imaginemos  que dentro de una dinastía de religión judía, uno de los miembros se convierte al catolicismo; es posible que “los buenos”, porque que se conservan fieles a las creencias del grupo, hostilicen al apóstata y lo consideren oveja negra. Por su parte, el “malo” o converso, sufre un sentimiento de culpa o mala conciencia que lo presiona para que abandone su decisión de ser diferente. O si en una familia “tradicionalmente decente”, uno de los hijos decide vivir el amor libre, se vuelve vago o se declara homosexual, no sería raro que los padres, “por el bien del hijo y de la familia”, corran a éste de la casa y prohíban a los demás que lo busquen. O sea, que la buena conciencia no siempre nos empuja a hacer el bien ni nos aleja del mal.

En todo lo descrito está ausente el libre albedrío; se refiere a lo que nos ha sido inculcado, que no siempre es conflictivo. Para que el libre albedrío exista, se necesita una ampliación de la conciencia, palabra que en este caso significa darse cuenta, estar consciente, elegir. El libre albedrío debe pagar un costo: la mala conciencia. La persona que se niega a pagar dicho costo, obtiene buena conciencia por pensar y actuar como su grupo. Saber resistir la incomodidad de la mala conciencia es indispensable para que la persona use su libre albedrío. Si puedo soportar mi mala conciencia y persistir en la diferencia, sin dejar de amar a los de mi grupo, se me abre la posibilidad de crecer; si no, resiento su desafecto y me percibo como víctima.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com , o en facebook.com/Pascua Constelaciones Familiares.

 

 

martes, 23 de abril de 2013

MI ESPOSO ES DIVORCIADO


Mi esposo es divorciado y tiene cuatro hijos que no me aceptan (no tengo trato alguno con ellos), eso no impide que su padre esté con ellos cada vez que lo necesitan, generalmente para que les solucione  problemas de dinero, no lo incluyen en su vida para festejos, como fue sus bodas, bautizos, etc. Ahora su ex- esposa se casó nuevamente y a su pareja si la aceptan muy bien. Hasta ahí no tengo problema porque entiendo que él es y será siempre su padre, el problema surge cuando ellos se alejan mi esposo y yo nos llevamos muy bien, pero cuando se acercan él cambia conmigo y yo no me molesto ni intervengo cuando lo buscan. Es como si se acercan ellos se aleja, si se alejan se acerca, siento que son dos fuerzas encontradas que no encuentran su equilibrio, ya estoy cansada de esta situación para mí dolorosa. Que es lo que Usted me recomienda hacer, la verdad estoy muy confundida.

RESPUESTA

Entiendo que amas a tu esposo, deseas una relación armoniosa con él y ésta se da con más facilidad cuando los hijos que él tiene desde antes de tu entrada en su vida se mantienen alejados, pero cuando se acercan, él dedica más atención a las cosas de ellos que a las tuyas; entonces percibes las fuerzas encontradas que lo jalan, se lo llevan y después lo sueltan, dejándolo sin equilibrio. A ti te cansa esperar turno para ser mirada y atendida.

No mencionas cuánto tiempo tienen tú y tu esposo de ser pareja, pero es evidente que ya pasó la temporada de “locura feliz” que da el amor. ¡Ay el amor! Durante el tiempo que necesita para “engatusar” a los enamorados, les nubla el raciocinio y los hace que prometan lo que sea, que se les haga chico el mar para bebérselo de un trago, que se sientan gigantescos y todopoderosos como para vencer cualquier dificultad y adaptarse a circunstancias imposibles. “Contigo pan y cebollas”, suelen decir con sinceridad. Así logra el amor introducirnos “voluntariamente” al tipo de relación que nos proporcionará las oportunidades que necesitamos para acrecentar nuestras habilidades y expandir nuestra conciencia, porque si estuviéramos lúcidos y racionales, jamás aceptaríamos el reto.

Mucha gente suele decir: “Me casé contigo, no con tu familia”. Error. Las personas somos nuestro papá y mamá y la historia de ellos más la historia nuestra. Eso es la pulpa de nuestra personalidad. O nos toman como somos, con todo el séquito que portamos incrustado en alguna parte, o nos sentimos poco amados, que el otro no ha salido de la “locura feliz” que le permitía inventarnos y atribuirnos toda clase de virtudes adecuadas a sus deseos y necesidades, pero no nos mira, no tiene idea de cómo somos realmente. En mi libro “La biografía del amor” dedico un capítulo llamado “Amor niño” a este aterrizaje en la realidad que nos obliga a crecer como no podríamos haberlo hecho sin la relación que estamos viviendo.

¿Qué te recomiendo hacer? En primer lugar, una Constelación Familiar acerca de tu relación con tu esposo. En ella podrás observar lo que sucede, cuáles son las fuerzas que los mueven a ti y a él y a los demás integrantes de tu sistema, y si se llega a una imagen de solución, cuáles son los pasos a seguir para que todos se reconcilien con las cosas como son y tengan un buen lugar para cada uno, un lugar que les permita ser felices y seguir evolucionando armoniosamente. A la Constelación puedes asistir sola o con tu esposo; ya sabes que cuando un miembro de un sistema cambia, todo el sistema es modificado. Después, posiblemente sea necesaria psicoterapia, para la adquisición y ejercicio de habilidades nuevas. ¡Les espera una temporada de gran crecimiento, o una de horrible frustración! Ojalá opten por lo primero, el crecimiento.

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martes, 16 de abril de 2013

DISCREPANCIA DE CRITERIOS


Mi hijo de 7 años está en primero de primaria, su maestra nos citó porque el niño tuvo una pelea con un compañero y casualmente golpeó a otro, nos dijo que en la escuela no se admitiría el “bulling”. Yo la escuché con reserva, conozco a mi hijo y sé que no es abusivo, pero en el coche mi esposa le daba consejos que no estaba yo de acuerdo, le decía que valía más ceder que pelear con sus compañeritos y me di cuenta que tenemos muchas diferencias de criterio para educarlo, porque yo sé cómo se establecen las jerarquías entre los niños hombres, hay que defenderse o abusan de uno. ¿Qué podemos hacer para unificar los criterios entre nosotros y no confundir al niño?

RESPUESTA

No te preocupes, no es necesario que se unifiquen los criterios. Los niños saben perfectamente que a mamá le gustan unas cosas y a papá otras y conocen lo que cada uno valora. Para ellos no es conflictivo que papá prefiera ver el futbol y mamá una telenovela, lo que los atemoriza es verlos discutir con ánimos de ganar e imponerse, y más aún si alguno utiliza al hijo como campo de batalla o como rehén. “¡Niño, si te gusta el futbol juégalo, no lo veas, eso es para holgazanes!”;  “¡No quiero que veas telenovelas, te vas a volver afeminado!”. Esta lucha de poder entre los padres sí divide al hijo, porque él los quiere a los dos y está disponible para obedecer a los dos, pero si desea acompañar a papá a ver un juego, siente que está traicionando a mamá, y si acompaña a ésta mientras ve una telenovela, siente que traiciona a papá. Y aún más lo confunde si en el altercado se menciona el amor: “Si quieres a tu hijo, deberías enseñarlo a que se defienda”, “si quieres a tu hijo, no lo empujes a que busque ser golpeado”. En expresiones como éstas, no está en discusión si los padres aman al hijo, puesto que ambos lo aman, sino quién tiene la razón y gana.

En lugar de querer unificar los criterios -tarea imposible porque cada cabeza es un mundo-, sería preferible que los padres llegaran al acuerdo de respetar los valores individuales, y así lo mostraran al hijo en su oportunidad. “Ya sabes que a mí no me gusta que te metas en peleas, pero tu papá opina que debes aprender a defenderte; está bien, juega rudo con él (o alguna otra idea que papá tenga)”; “Ya sabes que yo creo que los hombres debemos saber defendernos y no ser dejados, pero tu mamá quiere que también aprendas a ceder; escúchala y fíjate en dónde puedes practicar lo que te enseña”.

Cuando los padres logran la muy difícil tarea de respetar los valores individuales de su pareja, el hijo se siente contenido por ambos, aprende de los dos y también se convierte en un ser respetuoso, porque está respirándolo. Los hijos toman de nosotros no solamente lo malo, también lo bueno, nuestros logros.

El respeto a los valores de otro suena mil veces más fácil de lo que verdaderamente es. Cada persona ha elaborado su escala de valores a través de años de vida y experiencia, es lo más preciado que tiene y desea inculcársela al hijo; que la pareja pretenda aportar otro modo de pensar e introducirlo en la vida del niño, la saca de quicio con facilidad. El respeto implica pensar que no solamente mis pensamientos son valiosos, también los del otro; confiar en que el otro se ha esmerado tanto como yo en elegir lo mejor para valorarlo y que no es necesario que yo le gane e imponga mi criterio, sino que puedo escucharlo y darle espacio a su aportación.

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lunes, 1 de abril de 2013

PASCUA


Pedí prestada esta palabra “pascua" para darle nombre a Clínica Pascua, que está celebrando su onomástico. Felicidades. Pascua es dar un paso, caminar, dejar atrás lo que ya pasó y seguir adelante, de lo antiguo a lo nuevo, de menos a más vida.

En ocasiones creemos que tenemos derecho a negarnos  a dar un paso que nos toca dar. Esto es falso; con o sin nuestro consentimiento hemos de avanzar de una edad a otra, de unas costumbres a otras, de unas creencias a otras. Negándonos a dar el paso, solamente nos privamos de la plenitud que otorga el entregarse con amor a vivir el momento e igual, caminamos, porque la corriente de la vida nos lleva, pero lo hacemos sin acompañar los cambios con el corazón, y cuando el corazón no acompaña nuestros pasos, vivimos quejándonos: “¿Por qué tengo qué avanzar en edad?”, “¿Por qué todo pasa y nada se queda?”. Nos quedamos con la sensación de que la vida nos debe, que tenemos con ella cuentas por cobrar. Siempre habrá quienes se nieguen y protesten, y sus protestas se perderán en el tiempo, porque la vida sigue igual, caminando. 

Paso a paso se llega lejos. Paso a paso llegamos al kínder y salimos de él, de primaria, secundaria y  de tantos otros acontecimientos que hemos vivido. No tuvimos que hacer esfuerzo para crecer, pero sí para aprender a ser la nueva persona que nos exigía el crecimiento. Esto es dar el paso, sintonizarnos con el presente y tomarlo como se presenta, sin añoranza, sin protestas, sin desdicha. “Todo tiempo pasado fue mejor”, decimos cuando nos obstinamos en creer que podemos detener la vida y forjarla a nuestro gusto. ¿Podemos?

Personas mayores pueden atestiguar , por ejemplo, que a mediados del siglo pasado, la ciudad de León tenía unos trescientos mil habitantes, las diversiones eran el cine y salir de paseo al centro, al parque o la calzada, las fiestas eran “tardeadas” porque los padres jamás permitirían que sus hijos adolescentes salieran de noche; las mujeres no votaban, pocas de ellas iban a la universidad y su mayor ilusión era casarse de blanco, salir de su casa del brazo de papá y comprometerse “hasta que la muerte nos separe”; la familia iba a misa los domingos, por la mañana porque no había por la tarde, la última era a la una y media, pues el celebrante debía estar en ayunas desde la media noche hasta el momento de la comunión….  Esa sociedad cambió, paso a paso y sin que individualmente nadie pudiera atajar los cambios, porque las sociedades parecen ríos que corren y arrastran en sus aguas también aquello que se les opone. Nos llevan consigo. Somos como gotas de agua, sin libertad aparente, todas iguales y uniformadas por los signos de nuestro tiempo. Sin embargo, en lo individual, cuántas diferencias entre una gota y otra, entre una persona y otra. Si nuestro destino es nacer, crecer, quizá reproducirnos y morir; ¡qué infinidad de maneras distintas de hacer estas mismas cosas!

Lo que distingue a las gotas es la manera de dar cada paso; conscientemente o sin darse cuenta; con la mirada puesta en el presente, o vueltas hacia el pasado o el futuro; eligiendo vivir o dejándose llevar por la corriente. Cada vez que miramos al futuro y queremos saber cómo será, tenemos dudas o miedo sobre él, perdemos fuerza. Pero si permanecemos en el momento presente y damos un paso, ese paso nos ubica en otro presente, luego, esperamos hasta que de ese presente venga sugerido el próximo paso, y damos sólo ese paso, estamos presentes todo el tiempo, con fuerza.

Ahora una invitación para el próximo miércoles 10 de abril a la charla: “Sexualidad en la pareja”, a las 8 pm, entrada libre, en San Sebastián 408, La Martinica. Asiste.

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