Acaba de pasar el centenario del nacimiento de Nelson
Mandela, quien falleció en 2013. Uno de los reporteros que cubrieron el evento fue
Carlos Loret de Mola, y le
sorprendió que la gente en Johannesburgo, Sudáfrica, durara bailando y cantando
durante 4 días y sus noches para festejar el legado y la lucha en que participó
“Madiba”, como lo llamaban. Decían estar felices de haber conocido a un hombre
tan singular. Hasta el día 6 derramaron lágrimas.
Algo equivalente me sucede a mí y creo a muchas personas
más, con motivo del reciente abandono del planeta por parte de mi muy querida amiga
y colega, Martha Angélica Vázquez Aguilera. En primer lugar, festejo y doy
gracias por haber tenido la suerte de conocerla y trabajar con ella. Para mí su
vida fue un faro y una bendición, y deja tras de sí un reguero de semillas de
vida, alegría y esperanza.
Yo la conocí hace 20 años, cuando comenzamos a trabajar
en la consolidación de Clínica Pascua. Muy joven y entusiasta, ella alimentaba
el proyecto con su fe en Dios, la gente y el futuro. Vivimos milagros juntas. Me atrevo a decir que
tuve el privilegio de convivir con un alma avanzada que tenía una visión
luminosa de la vida. Siento profunda gratitud por haber tenido la oportunidad
de experimentar el tesoro de una amistad diáfana, serena e inmensa que perdura
para siempre, porque para los que creemos en el Espíritu la muerte no existe,
es sólo una graduación de final de cursos, un ser trasplantados de una maceta a
otra para continuar la expansión de la conciencia, hasta que ésta se vuelva
infinita con el Infinito.
Lo que más recuerdo y admiré siempre en ella fue su
inmutable serenidad, aquella capacidad suya de enfrentar los retos más
disímiles evitando confrontaciones innecesarias, de aceptar a las personas sin
cuestionamientos, tal como somos, aportando una palabra, un gesto o un silencio
que impregnaba de luz y claridad el paso
siguiente, la acción adecuada.
Las personas como Martha Angélica Vázquez Aguilera
dedican su tiempo a encender luces, en lugar de sufrir o preocuparse por la
oscuridad. Derraman amor en lugar de crítica. Regalan aceptación en lugar de
establecer parámetros para obtenerla. Su método de vida es un secreto y un
misterio para quienes apuestan por la lucha, la competición o la pelea. Cuánta
diversidad en los humanos durante el intermedio entre nacer y morir, nuestro
leve paso por la historia de la humanidad.
A pesar de todo lo dicho, el momento de las lágrimas llega
forzosamente. Porque mientras más grande es el bien que se va más duele la
pérdida. Porque los ojos corporales anhelan ver a la persona de carne y hueso.
Porque si bien se recibe un legado, su presencia material era un ingrediente
importante en la interacción humana. Porque aunque la muerte no exista, en este
mundo físico resentimos la ausencia.
Muy querida Martha Angélica Vázquez Aguilera, Dios te
recibe, te bendice y te colma. Míranos desde allá con buenos ojos y continúa tu
camino. Te recordamos con amor.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar
con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com
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