lunes, 28 de febrero de 2022

ES DIFÍCIL PERDONAR A UNA PERSONA FELIZ

Tenía quizá 5 años un día que llovió muchísimo y por la calle de frente a mi casa corría gran cantidad de agua. La lluvia cesó y varios niños salieron de sus casas a pisar sin zapatos el agua que seguía corriendo. Yo quería hacer lo mismo y le pedí permiso a mi mamá. Dijo que no porque podría cortarme con algún vidrio oculto. Ni modo, debí conformarme con mirar cómo disfrutaban los otros. Recuerdo que sentí desilusión de que ningún niño se hubiera cortado, ¡quería que sucediera! ¿Necesitaba que mi mamá tuviera razón? Tal vez, pero más bien creo que es difícil perdonar que las otras personas se vean felices. Cuando estábamos en la escuela y teníamos examen, el nivel de estrés se disparaba. Al terminar, afuera del salón, nos preguntábamos unos a otros: “¿Cómo te fue? ¿Se te hizo difícil?”. Las respuestas “correctas”, es decir, las que no merecían castigo sino simpatía, eran más o menos como: “Mal, algunas preguntas no me las sabía” o “no lo sé, estaba complicado”; pero las que de seguro ocasionaban hostilidad eran: “El examen estaba regalado” o “voy a sacarme un diez”. El estado de angustia grupal exigía que todos nos mostráramos igual de angustiados, y el que no, por lo menos merecía el comentario de “qué chocante”. Es difícil perdonar a una persona feliz o que de alguna manera vemos que se muestra mejor que nosotros. Los que son padres de familia de seguro han pasado una situación en la que se expresan con admiración de un hijo o una hija enfrente de otro: “¡Qué buen comentario (trabajo, dibujo, tarea) hizo tu hermana, me gustó!”, y escucharon algo como: “¡Ah, sí, pero los míos nunca los ves, ni siquiera los tomas en cuenta!”, o a lo mejor: “¿Verdad que es tu favorita (tu favorito?)”. A veces es difícil perdonar a una persona feliz aunque se trate de un padre que siente orgullo o un hermano que se muestra mejor que nosotros en alguna circunstancia. Quizá a alguno de los lectores le ha tocado contemplar a una pareja engolosinada que hacía ostensibles arrumacos y muestras de pasión, cariño o excitación y, sintiendo molestia, dijo o pensó: “¡Oigan, vayan a un hotel!”, “eso es fingido”, “ya no hay moral”, “parecen de la calle”. A veces es difícil perdonar a personas que gozan de su momento enfrente de los demás. A lo mejor una compañera o compañero de trabajo recibe un ascenso, le asignan una oficina más amplia o le otorgan un bono. Es difícil perdonar su felicidad. Tal vez digamos o solo pensemos: “Yo tenía más méritos, ¿por qué a ella o a él?”, “Algo está haciendo para que la o lo favorezcan, ¿qué será?”, “por un mugroso bono ya se cree una divinidad”, “la vida es injusta”... A veces es difícil perdonar a una persona que se ve feliz. En ocasiones somos nosotros los felices porque compramos un auto, salimos de vacaciones o pintamos la fachada de nuestra casa. ¿Nos perdonarán esta felicidad? ¿Quiénes? ¿Sería preferible renunciar a ese privilegio para que nadie se sienta mal? ¿Ostentarlo lo menos posible? ¿Solo vivirlo y no hacer caso de lo que piensen los demás? Con el paso de los años, cuando descubrimos que las ventajas y cualidades de los otros no restan un milímetro a las nuestras y es más lindo vivir con gente feliz, deseamos el bien para nuestros semejantes y no tenemos necesidad de perdonar ni de ser perdonados por ser felices. Nos alegramos cuando los otros están bien. “Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en psicologa.dolores@gmail.com

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